La Iglesia enseña que al comienzo los diablos eran ángeles buenos, creados por Dios, pero que después por sí mismos, por su libre e irrevocable decisión, se transformaron en malvados, rebelándose, rechazando a Dios.
El Evangelio de San Juan llama al diablo Satanás “el príncipe de este mundo” (Jn 12, 31). “El diablo es pecador desde el principio” (1 Jn 3, 8), y se opone personalmente a Dios y a su plan de salvación.
1-¿Qué poderes tiene el diablo sobre nosotros?
En la Primera Carta del mismo San Juan se lee: “Todo el mundo yace bajo el poder del Maligno” (5, 19). San Pablo habla de nuestra batalla contra las potencias espirituales (cfr. Ef 6, 10-17). Es también por causa de él que el pecado y sus consecuencias (enfermedad, sufrimiento, cataclismos y sobretodo la muerte) entraron en el mundo.
2-El diablo obra generalmente mediante la tentación y el engaño; es mentiroso, “padre de la mentira” (Jn 8, 44). Puede engañar, inducir al error, ilusionar. Como Jesús es la Verdad (cfr. Jn 8, 44), así el diablo es el mentiroso por excelencia. El escritor francés Charles Baudelaire decía que la astucia más perfecta de Satanás consiste en convencernos de que no existe.
3-El diablo posee un inmenso poder de seducción:
Sedujo a Adam y a Eva: de todas las obras realizadas por el diablo “La más grave en consecuencias de estas obras ha sido la seducción mentirosa que ha inducido al hombre a desobedecer a Dios” (CIC, 394); ha tratado de seducir también a Cristo directamente (cfr. Lc 4,1-13) o sirviéndose de Pedro (cfr. Mt 16,23); trata de seducir a los discípulos de Cristo. La estrategia que sigue para obtener este resultado es la de convencer al ser humano de que una vida vivida en la desobediencia a la voluntad divina es mejor que aquella vivida en la obediencia. Engaña a los seres humanos persuadiéndolos de que no hay necesidad de Dios y de que son autosuficientes, sin necesidad de la Gracia y de la Salvación. Incluso engaña a los seres humanos disminuyendo, más aún haciendo desaparecer el sentido del pecado.
4-“El poder de Satán no es infinito. No es más que una criatura, poderosa por el hecho de ser espíritu puro, pero siempre criatura: no puede impedir la edificación del Reino de Dios” (CIC, 395). Su acción, además de ser limitada, “es permitida por la divina providencia que con fuerza y dulzura dirige la historia del hombre y del mundo. El que Dios permita la actividad diabólica es un gran misterio, pero “nosotros sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman” (Rm 8,28)” (CIC, 395)
5-¿Por qué Dios “permite” a Satanás que “atormente” al ser humano?
La vida terrena es un tiempo de prueba, durante el cual Dios consiente al demonio que tiente y “pruebe” al ser humano, pero nunca por encima de sus fuerzas. Sabemos, sin embargo, por la Fe que de este mal Dios saca un bien más grande porque, con su gracia, el corazón sale purificado de la prueba y la Fe se hace más sólida.
6-¿En qué modo Jesús se comporta con los demonios?
Él, antes que nada, habla frecuentemente del diablo (cfr. p. ej.: Mt 4, 10; Mc 4, 15; Lc 10, 18; Jn 8, 44). Además, Él actúa contra el demonio: por ejemplo, cuando en la tentaciones en el desierto Jesús reacciona con fuerza (cfr. Lc 4, 1-13). “La tentación en el desierto muestra a Jesús, humilde Mesías que triunfa de Satanás mediante su total adhesión al designio de salvación querido por el Padre” (CIC, 566).
7-En el Evangelio de San Lucas, leemos que Jesús manda a los demonios, que lo reconocen como el Hijo de Dios (cfr. Lc 4, 41; 8, 28…); entre los milagros que realiza Jesús, hay liberaciones de posesiones diabólicas (cfr. Mc 1, 25; 5, 2-20): realizando esas curaciones, él “tomó nuestras debilidades y cargó sobre sí nuestras enfermedades.” (Mt 8, 17); diversas veces los Evangelistas nos cuentan que Jesús practica varios exorcismos, con los que libera a algunas personas de los tormentos de los demonios, anticipando así la gran victoria que El actuaría sobre el príncipe de este mundo (cfr. Mc 1, 25-26), con Su Muerte y Resurrección; Jesús predica la venida del reino de Dios, la cual constituye la derrota del reino de Satanás: “Pero si expulso a los demonios con el poder del Espíritu de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes” (Mt 12, 28); confía el poder de expulsar los demonios también a sus Apóstoles (cfr. Mc 3, 15; 6, 7.13; 16, 17); vence todo el mundo del mal con Su Muerte y Resurrección. Jesucristo ha vencido a Satanás y ha definitivamente roto el dominio del espíritu maligno (cfr. Col 2, 15; Ef 1, 21; Ap 12, 7-12), él es “el más fuerte” que ha vencido al “fuerte” (cfr. Lc 11, 22). “Tengan confianza -dice el Señor- ¡Yo he vencido al mundo!” (Jn 16, 33).
8-Justo cuando, después de su muerte, desciende a los infiernos, Jesús reduce “a la impotencia, mediante la muerte, a aquel que de la muerte tenía el poder, es decir al diablo” (Hb 2, 14).
9-¿Cómo luchar contra el diablo?
De varias maneras complementarias:
-Primero que nada con una genuina vida de Fe, caracterizada por un confiado abandono en el amor paterno y providente de Dios (cfr. Lc 12, 22-31), y de obediencia a su voluntad (cfr. Mt 6, 10), imitando a Cristo Señor. Esta es la protección más segura. La más bella victoria sobre el influjo de Satanás es la continua conversión de nuestra vida, que tiene una propia actuación especial y continua en el Sacramento de la Reconciliación, mediante el cual Dios nos libera de los pecados cometidos después de nuestro bautismo, nos dona nuevamente Su amistad, y nos confirma con su gracia para resistir a los ataques del Maligno.
-Con una permanente vigilancia; “Estad alertas. Vuestro enemigo, el diablo, como león rugiente va buscando a quien devorar” (1 Pe 5, 8).
-Acogiendo y testimoniando, cada vez más, con la palabra y con las obras, el Evangelio. Para ello es necesario un anuncio integral y valiente del Evangelio: no se debe tener miedo de hablar del demonio, y sobretodo de la victoria que Cristo ya ha obtenido sobre él y continúa a obtener en la persona de sus fieles.
-Luchando contra sus seducciones y tentaciones. “A través de toda la historia humana existe una dura batalla contra el poder de las tinieblas, que, iniciada en los orígenes del mundo, durará, como dice el Señor, hasta el día final. Enzarzado en esta pelea, el hombre ha de luchar continuamente para acatar el bien, y sólo a costa de grandes esfuerzos, con la ayuda de la gracia de Dios, es capaz de establecer la unidad en sí mismo.” (Concilio Vaticano ii,Gaudium et Spes, n. 37, 2).
Huyendo, evitando el pecado, que “es una ofensa a Dios: “Contra ti, contra ti solo he pecado, lo malo a tus ojos cometí” (Sal 51,6). El pecado se levanta contra el amor que Dios nos tiene y aparta de él nuestros corazones. Como el primer pecado, es una desobediencia, una rebelión contra Dios por el deseo de hacerse “como dioses”, pretendiendo conocer y determinar el bien y el mal (Gn 3,5). El pecado es así “amor de sí hasta el desprecio de Dios”.” (CIC, 1850)
-Utilizando el discernimiento. “El Espíritu Santo nos hace discernir entre la prueba, necesaria para el crecimiento del hombre interior (cf Lc 8, 13-15; Hch 14, 22; 2 Tm 3, 12) en orden a una “virtud probada” (Rm 5, 3-5), y la tentación que conduce al pecado y a la muerte (cf St 1, 14-15). También debemos distinguir entre “ser tentado” y “consentir” en la tentación. Por último, el discernimiento desenmascara la mentira de la tentación: aparentemente su objeto es “bueno, seductor a la vista, deseable” (Gn 3, 6), mientras que, en realidad, su fruto es la muerte.” (CIC, 2847).
-Orando. “Si Dios está de nuestra parte, ¿quién estará contra nosotros?” (Rm 8, 31). El mismo Señor, en la oración del Padre nuestro, nos ha enseñado a pedir a Dios Padre: “Líbranos del mal”. “Al pedir ser liberados del Maligno, oramos igualmente para ser liberados de todos los males, presentes, pasados y futuros de los que él es autor o instigador. En esta última petición, la Iglesia presenta al Padre todas las desdichas del mundo. Con la liberación de todos los males que abruman a la humanidad, implora el don precioso de la paz y la gracia de la espera perseverante en el retorno de Cristo. Orando así, anticipa en la humildad de la fe la recapitulación de todos y de todo en Aquél que “tiene las llaves de la Muerte y del Hades” (Ap 1,18), “el Dueño de todo, Aquél que es, que era y que ha de venir” (Ap 1,8; cf Ap 1, 4)” (CIC, 2854).
-Recurriendo cuando sea necesario al exorcismo.
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